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sábado, 14 de julio de 2012

Papás blandiblup

Muchos padres de hoy estamos empeñados en que nuestros hijos aprendan idiomas, informática, música o la práctica de tal o cual deporte. Pero no siempre les enseñamos a disfrutar de la vida. A veces porque ni siquiera nosotros sabemos muy bien cómo hacerlo, inmersos como estamos en un vertiginoso torbellino de trabajo y experiencias de ocio igualmente estresantes que, pese a la aparente sensación de diversión y excitación que nos proporcionan, suelen dejarnos profundamente insatisfechos.
Y no es que viajar, ir al cine o a un buen restaurante no sean maneras de  disfrutar de la vida. Es que para que lo que sean tiene que haber algo más.
En estos tiempos en que casi todo parece estar a nuestro alcance, incluso en momentos de dura crisis económica, aprender a disfrutar de la vida significa valorar lo que se tiene sin pensar en lo que te falta. Una actitud que, si hemos adoptado en algún momento, hemos olvidado transmitir a nuestros hijos a base de atiborrarlos de todo lo que desean y hasta lo que no han soñado si quiera desear.
Disfrutar de la vida implica poner el acento en alimentar las relaciones humanas que darán contenido a cuanto hagamos. Porque de ese modo bastará sentir cerca a nuestros seres queridos para que podamos vivir momentos intensos, apasionantes, cálidos, tiernos o extraordinariamente divertidos. Y la vida, a su lado, nos parecerá un viaje maravilloso que nos gustaría prolongar por muchos, muchos años.
Requiere también saber digerir las frustraciones y reconvertirlas en oportunidades. Y, desde luego, no quedarse anclado en las discusiones, los problemas o los desencuentros, que amargarán todo lo demás si los dejamos anidar y crecer en nuestro corazón.
Además, para disfrutar de la vida es imprescindible ser agradecido. Sentir en lo más íntimo que, por ejemplo, es un regalo tener amigos con los que compartir los buenos y malos momentos. Y que también lo es disponer de un techo, aunque esté hipotecado. O tener un trabajo, pese a que esté mal pagado o incluya un jefe malcarado, porque más de cinco millones de personas anhelan desesperadamente en nuestro país encontrar uno.
Sin olvidar, que es necesario encontrar medida para que la ambición, que puede ser sana, no oculte los logros alcanzados y nos mantenga por tanto en permanente estado de insatisfacción. A la vez que, en complicado equilibrio, evitemos que nos paralice la pereza y optemos, por contra, por sacarle a esta vida tan breve como maravillosa y a nuestros talentos el máximo jugo. Pero, eso sí, un jugo generoso y solidario. No egoísta y mezquino.
¿Y se puede aprender todo esto? Estoy convencida de que se puede. Basta mirarnos en el espejo de quienes muestran una sonrisa en medio de las dificultades. Aquellos que no necesitan nada extraordinario para encontrarse bien consigo mismos y con los demás. Los que siguen enamorándose de la vida y la condición humana, aunque existan malos momentos y alguna oveja negra con la que te cruzarás. Y esos otros que no han perdido su capacidad de asombro, esa ingenuidad algo infantil que nos permite esperar y confiar contra todo pronóstico. ¿Conoces a gente así? Seguro que sí. ¿Y estás tú entre ellos? Si tu respuesta es negativa merece la pena que te pongas manos a la obra cuanto antes. Empieza por asomarte a la ventana y saludar el día. Un nuevo día para una vida que merece la pena disfrutar.

Artículo publicado en la revista Presencia marista.

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